Reflexionar un poco de vez en cuando no hace ningún daño, y si te dicen que hay una “jornada de reflexión» es casi preceptivo. Aunque como eterno niño desobediente que soy, reflexiono cuando me da la gana, o sea todos los días, varias veces. En realidad no lo puedo evitar, soy un rebelde
Cuando “toca” votar (como el próximo domingo), además de reflexionar, ya no pierdo tiempo pensando a quién votar, pues eso ya lo resolví hace algún tiempo y de una vez por todas: ante la duda, a Don Nadie, o Al Sr. Voto Nulo Porque así no me equivocaré. Eso es lo que mis años de “observador” me han mostrado
Claro está que he oído ese “argumento” de que la democracia es un privilegio (que si patatín, que si patatán), que no votar no sirve de nada, etcétera
Por supuesto, hay diferentes formas de democracia; mejores y peores (todas defectuosas). La que tenemos por estos lares quizá no era de las mejores, pero además se ha degradado tanto que esta apenas merece ya el nombre. Y por lo que parece se ha degradado a la par que la integridad de las personas involucradas
Como no quiero que piensen demasiado apresuradamente que soy un quejica pesimista, recordaré que los mismos filósofos griegos, esos señores que imaginamos con largas o espesas barbas blancas, con mucho tiempo y afición a discurrir (tenían esclavos que hacían lo demás por ellos), opinaban pestes de la democracia, aunque la hubieran inventado los suyos. Por tanto creo que merecen cierta credibilidad en relación al asunto
Platón, uno de los más conocidos (probablemente por sus Diálogos, una de las lecturas obligatorias en el bachillerato de hace algunas décadas), argumentaba en «La República» que la democracia podía llevar a la tiranía y a las revueltas. Podía (y puede), pues -según él- el voto de los ignorantes e incultos normalmente valía como el de cualquier otro. Los ciudadanos comunes – común sería aquí sinónimo de mayoría – no eran -según Platón- capaces de tomar decisiones sabias y justas por su falta de educación y conocimiento político. En síntesis, que según Platón los «votantes» eran maleducados, ignorantes e incultos
El sabio pero algo ingenuo Platón opinaba que en una sociedad ideal los gobernantes deberían ser filósofos (pensadores cultos) que tuvieran un conocimiento profundo de la justicia y el bienestar común. Desafortunadamente la democracia no era (ni es) capaz de producir este tipo de líderes. Tampoco parece ser capaz de protegerlos de ser corrompidos, añadiría
Sócrates, también filósofo, maestro de Platón (y también ateniense) quizá no despreciaba tanto la democracia como lo haría su discípulo Platón, pues aún creía que la democracia era una forma de gobierno viable, pero que para que funcionara correctamente los ciudadanos debían tener un conocimiento profundo de la política y la filosofía. Aún más iluso que Platón, argumentaba que los ciudadanos podrían ser educados para tomar decisiones justas y sabias. En caso de que no lo fueran la democracia “podría” degenerar en una “dictadura de la mayoría”. Parece un oxímoron ¿no?
Creo que ambos tenían mucha fe en que los gobernantes podían ser justos y sabios, cuando en los parlamentos del todo el mundo lo que menos parece abundar es justicia y sabiduría
Otro sabio remarcable, Erasmo de Rotterdam, criticó con bastante humor en su Elogio de la locura, la hipocresía, corrupción e injusticias sociales de su época.
Teniendo en cuenta que vivió entre los siglos XV y XVI, criticar a la Iglesia, principal institución política de entonces, como lo hizo en este libro, parece que fue tan atrevido como lo sería hoy escribir una crítica mordaz sobre la independencia política del WEF o la integridad científica de la OMS. Y ya sabemos como acabaron algunos intentos similares
Uno de los capítulos más destacados de «Elogio de la locura» es el que se titula «La locura de los teólogos«. Me divierte pensar que podrían ser el equivalente a los altos funcionarios políticos y legisladores de hoy
En este capítulo Erasmo critica la excesiva preocupación de los “teólogos” por cuestiones abstractas, así como su distanciamiento de las necesidades y preocupaciones reales de los ciudadanos. Decía de los teólogos que no son más que «charlatanes» que utilizan una jerga propia para ocultar su falta de conocimiento real
Cinco siglos después de Erasmo las cosas no están mucho mejor
La Iglesia no parece pintar mucho hoy día, pero ahora el control social es más sutil, pasando desapercibido por muchos.
Los votantes, por otro lado, en general no parecen tampoco mucho más listos o despiertos que en la época de Sócrates y Platón, ni los gobernantes parecen ser los ideales pensadores-filósofos con un “conocimiento profundo de la justicia y el bienestar común”
Los “teólogos”, sin embargo, sí han mejorado sus privilegios; hoy cobran salarios desorbitados en las grandes instituciones políticas para hablar (a veces solos) y no resolver nada práctico (tampoco parece que nadie se lo exija de verdad)
Lo que sí está cambiando es el tamaño de la empanada mental que en general nos estamos montando alrededor de una variedad de asuntos que la suma de propaganda, censura, ruido mediático, tergiversaciones y malentendidos interesados, está haciendo estragos en nuestra ya maltrecha capacidad de comprender qué pasa
El progresismo mal entendido y la “cultura woke” son síntomas de que las cosas se torcieron hasta un extremo peligroso. Las instituciones preocupadas por salvarnos (del cambio climático, virus pandémicos, etc.) diseñan y/o moldean nuestra percepción sobre los problemas, resaltando su presunta gravedad catastrófica y culpabilizando de todo al ciudadano de a pie, de modo que -por el bien común- sean aceptables algunas medidas que de otro modo serían intolerables
El libro La Doctrina del Shock de Naomi Klein explica cómo se crean o aprovechan los problemas, amplificando la sensibilización sobre éstos, para después diseñar una oportuna solución que se aplicará sin apenas resistencia
Así es como se justifican la censura y la vigilancia indiscriminada, el cierre de granjas, la destrucción de represas (en plena sequía), terapias experimentales masivas, “pasaportes pandémicos”, la llamada agenda “trans”, culpabilizar la masculinidad, privatizar el agua, expropiar para instalar energías renovables de gestión privada, etc., etc.
Hemos olvidado a los sabios filósofos y nos hemos metido de lleno en las distopías. Veamos cuales podrían resultarnos familiares, de entre las más clásicas y conocidas
Fahrenheit 451
A diferencia de la novela de Ray Bradbury, hoy no es necesario quemar libros. Como se lee más bien poco -en general- y lo que se escribe es cada vez menos “subversivo», ya no es necesario censurar las lecturas (por otra parte actualmente se lleva más la autocensura y la práctica de la corrección política). En cualquier caso, ahora predomina lo digital, luego basta con bloquear una cuenta, por ejemplo
Sin embargo, vivimos en el espíritu de Fahrenheit 451 con la cultura de la cancelación o la descarada censura en redes sociales, que puede afectar incluso a un presidente de gobierno (caso Trump-Twitter). También se bloqueó en la UE el acceso a canales rusos como RT y Sputnik para que no nos contamináramos con información disidente (y alternativa) sobre lo que sucede en Ucrania
De forma general están normalizando “matar” al mensajero ( Assange, Snowden, etc.)
1984
Para muestra basta un botón: Los cutre-fact checkers podrían perfectamente haber formado parte del Ministerio de la Verdad de la novela de George Orwell
En la novela, un gobierno totalitario manipula la verdad para controlar a los ciudadanos. Como en la ficción, el lenguaje se transforma, las palabras cambian de significado (y ha de ser inclusivo)
Algunos paralelismos más: Medios comprados, agencias de noticias, concentración de poder mediático.
Vivimos el que hubiera sido el sueño de Goebbels, el famoso ministro de Propaganda de Hitler
Mundo Feliz
Distraídos e intoxicados por los pequeños placeres (versión del Soma y la promiscuidad), vivimos en una distopía de falsa libertad. Como en la novela de Aldous Huxley, el variado entretenimiento y distracciones facilitan la obediencia sin el empleo de la fuerza
Otras estrategias comunes con la novela parecen ser el condicionamiento infantil escolar y la “destrucción” de la familia
En síntesis, en lugar de emplear violencia es más efectivo controlar las mentes mediante distracciones y placeres dosificables, más aún si todo se inicia con el condicionamiento desde la tierna infancia
El Estado, como en las otras distopías, es la única institución que cuenta
Matrix
Muchos aún son capaces de creer -o lo prefieren- que todo esto es “normal”; que esta es nuestra realidad y que la hemos de aceptar tal como la vemos
Pero, de alguna forma similar a la ficción de Lana y Lilly Wachowski, todo esto podría ser también una versión sofisticada de una elaborada “ilusión”
De algún modo, de forma similar a lo que le sucede a Neo en Matrix, parece que estemos atrapados en una ilusión, engaño o simulación en la que nada es lo que parece. Pero al tomar la pastilla roja ya no hay vuelta atrás. Por eso muchos preferirán seguir dormidos, soñando una vida falsa de placeres y sufrimientos
Como sucede en la película Matrix, sospecho que también utilizan la energía psíquica de las personas para perpetuar el orden de cosas; antinatural, destructivo y maligno.
Pero esto daría para otra historia
Para entender un poco más en profundidad el funcionamiento de la «maquinaria democrática» recomiendo el siguiente video: