No seamos cínicos

Diogenes the Cynic - Andy Lendzion

¿De dónde vienen las ideas y respuestas?, ¿Que es la intuición?, ¿Cómo se “conectan los puntos”?  Podría intentar elaborar alguna teoría al respecto, o sintetizar y remezclar teorías ya existentes, pero al margen de la credibilidad que recibiera, la cruda verdad es que No lo sabemos. Sin embargo, algunos, unos pocos, tenemos cierta disposición innata para “recibir” respuestas intuitivas y conectar los puntos, mientras que otros -la mayoría- no la tienen (Oh my God!), 

… pese a los razonamientos de algunos “gurús” de la creatividad que aseguran que todos podrían ser creativos, o que la intuición es algo ordinario, perfectamente explicable. Pues no, lamento desilusionar a más de uno; no es que éstos intenten estafar a nadie, es solo que la intuición y creatividad de la que hablan no son más que pobres sucedáneos de las auténticas, por lo que no les están ofreciendo nada verdaderamente valioso.

Pero además, si usted cree que no es intuitivo, no se preocupe, pues ni eso de ser intuitivo es tan maravilloso ni “ver” o entender es suficiente. Entre los que entendemos algo, muy pocos nos atrevemos a intentar expresar estas “visiones” de un modo ordenado y racional (no solo poética o metafóricamente). Estas “exclusivas” cualidades, igual que tener una inteligencia “especial”, en realidad no siempre son algo envidiable, ni mucho menos. Comprender lo que mueve al ser humano, la verdad tras la fachada de las cosas, no es algo que ayude a tener una vida tranquila y feliz; más bien al contrario. Ver – de forma tan clara- que nos gobierna el caos, la mentira y la corrupción, o que las fuerzas del bien se encuentran en una eterna y desigual lucha contra las fuerzas del mal (y de la pereza y apatía de la mayoría, que vive adormecida), no es algo que ayude a dormir bien. Sin embargo, es inevitable, no podemos dejar de hacerlo, ni queremos dejar de hacerlo.

Ante este “don”, caben dos formas de reacción:

Volverse cínico; intentar adormecerse (lo que explica el éxito de las drogas y adicciones), sumirse en los placeres de lo mundano (y rendir culto al dinero y al poder), renegar de toda percepción intuitiva, la creencia en el espíritu humano, creer que todos somos igualmente falsos y mezquinos, que no existe la bondad, etc.

Aceptar estoicamente que no podemos comprenderlo todo, pero que sí podemos comprender y explicar algunas pocas cosas, y que cambiar -aunque sea solo un poco- el mundo que nos ha tocado vivir, sí vale la pena. El sufrimiento es real (por muy irreal que sea la realidad) y podemos hacer mucho para evitar el sufrimiento de otros. Si esto nos hace sentir bien, probablemente no sea por una adaptación compleja del “instinto de supervivencia”, sino porque en el fondo de nuestro ser distinguimos lo bueno de lo malo, aunque nuestra razón invente explicaciones convincentes.

No siempre he aspirado a estar entre este selecto segundo grupo, a veces he tanteado acercamientos al primero, pero diría que nunca dejé -del todo- de ser un Utópico sin Complejos.

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